Pregonero: D. José Luis Ramírez Sádaba. Doctor en Filosofía y Letras, catedrático de la Universidad de Cantabria y escritor. (25 Febrero 2018)
Fotografías: Ayuntamiento de Arróniz – Turismo en Navarra – Trujal Mendía
Me resulta extraño, por insólito y honorífico para mi persona, pronunciar este pregón. Nunca pensé, cuando tenía diez o doce años, que un día podría decir lo que os voy a decir. Entonces yo ya estaba familiarizado con el aceite de esta tierra. Mis padres tenían buenos amigos, especialmente de Arellano (familias Busto-Luquin y Alegría-Lacarra) y nos proporcionaban abundante aceite. Sirvan estas palabras de reconocimiento para aquellos agricultores que mantenían una larga y preciosa tradición cuya historia resumiré en pocos minutos, cosa que tengo que agradecer al Ayuntamiento de Arróniz, a los responsables del Trujal de Mendía y a mi amigo, Carlos Esparza, que nos ha convencido a todos para sea yo quien ahora tenga la palabra.
El aceite del Trujal de Mendía
Con tres sustantivos mencionamos los tres pueblos que han conformado nuestra cultura: Mendía el vascón, trujal el romano y aceite el árabe. Al producto lo denominamos “aceite”, palabra que trajeron los árabes y que ha quedado plenamente integrada en el idioma español, sustituyendo a la palabra latina, “óleo”, que pervive en la terminología técnica de determinados sectores: en el religioso “santos óleos”; en el arte, “pintura al óleo”; en el transporte, “oleoducto”. Podríamos seguir con “oleaginosas”, etc. Obtenemos el aceite al moler la aceituna (también decimos “la oliva”) en el “trujal”, término latino que conservamos en la Ribera de Navarra (y en el Valle del Ebro), mientras en España se usa más el árabe “almazara”. Trujal es una palabra preciosa, evolución del “torcular” latino, que tiene la misma raíz que torc-er y que nuestro usual “es-trujar”, que significa re-torcer. Y esto se hace de maravilla en el trujal Mendía de Arróniz, dos palabras vascas, que dejaron acuñadas en el terreno los vascones, primeros pobladores documentados de esta tierra.

La Aceituna (Trujal Mendía)
¿Cómo denominaban los vascones la oliva y el olivo?. Podemos inferir que no lo conocían, porque los términos que se utilizan en vascuence son “oliva”, “olibondo” y “olibadi” (oliva, olivo, olivar, en romance). Es decir, préstamos tomados del latín. Luego tenemos que buscar la tradición latina en Arróniz.
Y efectivamente se han hallado restos romanos en la Sierra de Arrosia, e inscripciones reutilizadas en la ermita de San Martín, en la de Nuestra Señora de las Viñas o en el puente del pueblo: la primera se ha perdido, pero las otras dos se conservan, una todavía empotrada en la pared de la ermita, la otra expuesta delante de la iglesia de San Salvador. Esta última, completa, mide casi dos metros y es de una bella factura, esbelta, con coronamiento semicircular y con un texto, lamentablemente mutilado que permite leer algunos nombres romanos.
No son los únicos testimonios. De los pueblos vecinos, Arellano y Barbarin se conservan varias aras: la de Arellano, preciosa porque está redactada en verso y curiosa por ser un exvoto de agradecimiento al haber regresado sano de un viaje a la lejana Roma. Las de Barbarin están dedicadas, una a las Ninfas y cuatro a una divinidad indígena que no supieron escribir bien, Selatsa o Stelaitsa. El nombre se puede entender por el euskera como un compuesto de zelai (llano) y el sufijo abundancial –tsa. Sería uno de los primeros testimonios de la lengua de los vascones, evidentemente la lengua vasca, que significa la “Divinidad de las Llanuras”. Su continuidad, y su contrapunto, lo tenemos actualmente en otra advocación religiosa, Nª. Sra. de Mendía, la “Señora del Monte”. Las aras, altares en los que los romanos cumplían sus ritos, están bellamente labrada. El conjunto de aras y estelas revelan la existencia de un taller especializado en labrar estos monumentos para gentes cultas y ricas que manifestaban así sus creencias en los seres superiores.
Uno de esos personajes, culto y rico, levantó una magnífica y magnificente “villa”, a pocos kilómetros de donde nos encontramos: la conocida como Villa de las Musas. Tenía una gran explotación agrícola, lo llamaban fundus los romanos, cuyo producto estrella era el vino, y su almacén (“cella vinaria”) fue el asombro de los arqueólogos que la excavaron, y lo sigue siendo de cuantos la visitan. También tenía su “cella olearia” para moler la oliva, aunque no tuvo el desarrollo ni la importancia de la vinaria. Y sus dueños veneraban a Cibeles y Atis (como revelan aras decoradas con cabezas de toro) y disfrutaban con las artes y las letras, como testifica el primoroso mosaico de las Musas, que da nombre a la villa.

Mosaico de la Villa Romana «Villa de las Musas», Arellano – Turismo en Navarra
Pero es más: cerca de la villa existen todavía una presa romana, para embalsar agua, un puente para cruzar el río Mayor y dos miliarios que, aunque incompletos, dan fe de la existencia de una calzada y de los trabajos de conservación realizados en tiempos de Constantino el Grande (año 307 d. c.). Todo esto unido a otros miliarios, conocidos hace tiempo, de Oteiza de la Solana, de Muruzábal de Andión y de Artajona, permiten restituir el trazado de una calzada que cruzaba Navarra de este a oeste, cuyo origen estaba seguramente en Jaca, que entraba por Campo Real (cerca de Sangüesa), cruzaba por Eslava, asiento de una gran ciudad romana, cuyo nombre concreto desconocemos por el momento, continuaba por la antigua Andelo (Muruzábal de Andión), salvaba el Ega por el puente viejo de Muniain (que tiene traza romana) y bordeando la Villa de las Musas llegaba a Curnonium (Los Arcos) para seguir hasta Vareia (Varea) y enlazar con la Via principal, la que remontaba el Valle del Ebro. Tenemos la alternativa romana del Camino de Santiago.
Todo encaja perfectamente. La calzada conectaba importantes ciudades vasconas con la gran vía que cruzaba el norte peninsular desde Tarragona (capital de la provincia) hasta Astorga, importante nudo desde el que se llegaba a Lugo-La Coruña por el norte y a Braga por el sur. Por ella circulaba un floreciente comercio, cuyos productos serían el vino y el aceite. Los beneficios debían ser pingües puesto que permitían construir villas lujosas (Las Musas) y monumentos preciosos (estelas y aras).
La invasión de los bárbaros perjudicó a toda Hispania, pero de manera especial al valle del Ebro: se arrasaron ciudades, entre ellas Curnonium, “villas” (Las Musas en el siglo V) y quedaron pocos testimonios de la vida de nuestra tierra: apenas una hebilla visigoda hallada en Arróniz testifica que aquí seguía viviendo alguien.
Pero cuando en la Edad Media los monasterios comienzan a redactar en pergamino sus derechos y posesiones, leemos nombres que permiten recomponer la continuidad, oculta por la ausencia de documentos . Y en el de Irache hallamos en el año 1056 que Domnus Fortunius de Arroniç dona el monasterio de Santa María de Arróniz al monasterio de Irache. Y de esta manera sabemos que había una población (habla de “los vecinos de Arroniç) que se denominaba así. Y con esto entendemos aún mejor la estructura económico-social de la época romana. Arroniz es el genitivo de singular de un nombre personal bien atestiguado en la Península Ibérica durante el Imperio romano: Arro-Arronis. Y sabemos que los propietarios daban su nombre a los extensos fundos que les pertenecían (latifundios), nombre con el que se registraban las propiedades en el catastro. Hemos perdido todo: el catastro, la escritura y las escrituras, las casas donde vivían…, pero hemos conservado el nombre del terrateniente (Arronis), el lugar donde tendría su casa principal (actual Arróniz) y la continuidad de sus productos (el aceite, entre otros). Y lo mismo ocurre con la mayoría de los pueblos que circundan Arróniz: Allo es el fundus de Alius, Arellano el de Aurelius (fundus Aurelianus), Muniain es el fundus Muniani, Luquin el de Luciani, Barbarin, el de Barbariani… Pero todavía nos enseñan más estos nombres: no hubieran pervivido en la forma Arronis, Muniain, Luquin, Barbarin, si no hubiese sido por la influencia de la lengua autóctona, que modificó el sufijo latino –ani en –ain, y por eso hay tanto topónimo con esta terminación en Navarra. Arellano, a su vez es la evolución de Aurelianus según las leyes fonéticas del romance navarro. Arronis se pronunciaría con una “s” peculiar, seguramente parecida a la de Selatse y por eso se convirtió en –z- como Zabalza. En suma: la continuidad de los nombres hispano-romanos constata la pervivencia de una población rústica que siguió viviendo en la tierra de sus mayores y siguió cultivando los cultivos tradicionales con los métodos tradicionales. Y por eso siguió usando el torcular que convirtió en “trujal”, precioso sustantivo que conservamos en la Ribera y Zona Media de Navarra.
A veces encontraremos el nombre con otras grafías. En 1312 un fiador firma como iohan Periz de Harroniz, pero lo habitual es el topónimo sin hache, como lo demuestra el primer habitante con nombre conocido, Fortunius de Arroniç. Y para finalizar comprobamos que la continuidad en la explotación de las tierras se puede confirmar con nombres de términos rústicos documentados en 1312: Arrosia, Casa de Ballestero, Cantabrana, Río Salado, Zabalza. Seguramente existirán muchos más y una investigación exhaustiva nos los proporcionará. Pero lo importante es que el olivo, la molturación de la oliva, el trujal nos lo legaron los romanos y las gentes de Arróniz y de sus tierras circundantes lo siguen haciendo y llamando así. Por eso hay topónimos como Olibaldea (documentado en 1604), Camino de los olivos, pero ninguno que se denomine Aceitunar o con algún nombre vasco.

Recolección de la aceituna (Trujal Mendía)
Y por todo esto quiero hacer un reconocimiento expreso a los agricultores que han sabido conservar esta tradición, a los que han sabido crear y desarrollar un trujal para comercializar un aceite de primera calidad, y ¡cómo no!, a la Virgen de Mendía que ampara a Arróniz y su producto estelar, manteniendo también la esencia vascona, todo lo cual podemos expresar parafraseando la jota,
Cante Arróniz y más cante
Cante Navarra sin miedo
Cante Arróniz y más cante
Si se hunde el mundo que se hunda
El Trujal siempre p’alante.