en la Montaña, especialmente, la cuenca del Bidasoa. Zona Media de Navarra y también en Gipuzkoa. En la actualidad puede encontrarse, todo el año, en pastelerías de Pamplona.

La mayoría de las veces se presentan en piezas pequeñas que pueden ser circulares, en forma de rosquilla o de lazo.

Se elaboran a base de una masa hecha con huevos, azúcar morena, harina, levadura y aromatizantes al gusto. Una vez que la masa este a punto se le da la forma deseada, se pincela con yema de huevo batida, se adorna con confetis y se cuece a horno más bien fuerte, para que adquiera un bonito color tostado.

Historia
La paternidad vasca de este antiquísimo postre viene dada por su nombre, Piper=pimienta o especia y opil=panecillo, bollo, torta. Su primitiva presentación era la de un pan que para hacer ofrendas se fue mejorando. Hay una interminable relación de costumbres ligadas a distintos pueblos, que tiene al piperopil como protagonista, aun cuando la mayoría se han ido perdiendo. En las fiestas de algunos pueblos navarros, eran las mozas las que les regalaban piperopiles a los mozos en las rondas que realizaban por las casas. En otros se hacían para celebrar la matanza. Varios reservaban su horneado para los días de Navidad. En Lesaka el día de Reyes los padrinos los regalaban a sus ahijados. En Bedaio, la joven casadera le obsequiaba, a su novio un piperopil el día de la Natividad (8 de Septiembre). En Betelu hacían unas piezas de hasta 60 cm. de diámetro para festejar el Carnaval. Su presencia fue común en las romerías de los barrios de Tolosaldea.

Libro Cinco docenas de pasteles. Autor: Juan José Lapitz (†)