LA CEREZA, ESTA FRUTA QUE SURGE EN LA PRIMAVERA Y SE EXTIENDE POR TODO EL VERANO, SEGÚN SUS DISTINTAS VARIEDADES, ADEMÁS DE GUSTOSA Y DE CARNOSA TEXTURA, ES UNA DE LAS MÁS BELLAS QUE EXISTEN.
Quién de chaval no ha jugado con las cerezas, colocándoselas en la oreja, cuando salen a pares y se juntan sus rabillos como unos improvisados y fugaces pendientes coloristas. Un bellezón que entra por los ojos y que además es apreciada por sus gustosidad, ya que nutricionalmente no es demasiado relevante. Tal vez por ello es uno de los alimentos que más compulsivamente consumimos. Y es que, como no empalagan por no ser muy dulces y sí de gran jugosidad, no se cansa uno de comerlas y encima sabiendo que no engordan.
Su origen es ciertamente confuso. Es muy probable que el antecedente silvestre del cerezo, el guindo, surgiera en tiempos del Neolítico, en Asia Central, lo que fuera más tarde China. Las leyendas señalan que fueron las aves migratorias las que en sus viajes transportaron desde oriente las semillas del guindo, cayendo en los campos de lo que hoy es Europa y fructificando de forma espontánea.
Cerezas hay de muchas clases y procedencias. De un rojo vivo como las de Bajo Llobregat, o las de la Montaña de Alicante, muy oscuras, o las ricas, carnosas y crujientes de la población navarra de Milagro, sin olvidar las de la localidad labortana de Itsasu, con múltiples variedades y en donde recientemente, el primer domingo de junio se ha celebrado la fiesta de la cereza. Pero también las nacaradas, casi blancas de la huerta palentina. Huerta que por cierto es una joya tan desconocida como su propia catedral y la mayoría de los soberbios productos alimentarios de esa provincia, como las alubias blancas de la Vega de Saldaña y los fantástico pimientos de Torquemada, por citar dos perlas gastronómicas.
Y por supuesto, retomado el tema que nos ocupa, las variopintas cerezas (sobre todo las picotas) del Valle del Jerte, en Cáceres. Un valle paradisíaco, donde se concentra la mayor oferta de cerezas de toda Europa. Un valle además extraordinariamente bello, pintoresco, de total contraste con sus entornos, pues al viajar por el nordeste de Cáceres y una vez pasada la monumental ciudad de Plasencia, tal como señalan algunas crónicas de la región: “el sol no ciega los ojos, ni seca la garganta y el paisaje es verde, fresco y limpio”. El cerezo es el cultivo frutal por excelencia de este valle y fue adaptado desde hace siglos. Y, al parecer, de forma más sistematizada por los árabes. Tras la reconquista en los siglos XII y XIII los nuevos colonos se encontraron con el chollo de los cerezos ya aclimatados a esa tierra. Está plenamente documentado que el 2 de junio de 1352, una comitiva de emisarios del rey de Navarra que se dirigía a Sevilla a cumplimentar al rey Pedro I, pernoctó en un pueblo del valle, en concreto Cabezuela, y se alimentaron, entre otras cosas, de “truchas y cerezas”.
Es curiosa también la vinculación con la cereza de una golosina mítica vasca. En sus orígenes, el Pastel Vasco (le Gateau Basque) que nace en Iparralde, resultaba un pastel la mar de simple. Se elaboraba en un principio en los caseríos de esta zona en los días festivos junto con el pan que se metía al horno. Una especie de pan de los domingos que con el transcurrir del tiempo se mejora con manteca y huevos y sobre todo con el maravilloso contrapunto ácido de un relleno de confitura de cerezas negras, muy típicas en los alrededores de Sara y que se conocen, como apunta el conocido confitero tolosarra José Mari Gorrotxategi, por Erresimenta. Aunque en la actualidad se suple, casi siempre, por crema pastelera u otras confituras o mermeladas.
Resulta verdaderamente oportuno, hablando de cerezas, evocar a Jean-Baptiste Clement, (1837-1903), sentido poeta y comunero revolucionario francés, cuando decía en uno de sus poemas: “Pero es muy corto el tiempo de las cerezas / cuando las parejas entre ensueños / van a cortar pendientes para sus orejas. / Cerezas de amor con sus trajes iguales / que ruedan bajo las hojas como gotas de sangre / Pero es muy corto el tiempo de las cerezas / pendientes de coral que se cortan soñando”.
Autor: Mikel Corcuera-Crítico Gastronómico, Premio Euskadi de Gastronomía a la Mejor Labor Periodística 1998; Premio Nacional de Gastronomía en 1999.
Publicado: Noticias de Gipuzkoa, Gastroleku, Saberes y sabores (12 de Junio de 2015)
Fuente fotografía portada: www.picotasjerte.es