El pasado 15 de Setiembre, en una actividad organizada por el Bilbao Wine Club, que dirige el enólogo Txema García, tuve la oportunidad de participar en una iniciativa difícil de mejorar. Cata -y no cualquier cata- en la Bodega Marqués de Riscal de Elciego, con posterior comida en su restaurante, cuyo equipo de cocina lidera Silvia García, bajo el asesoramiento y dirección de Francis Paniego, y que cuenta con una estrella Michelín.
Para conocer esta bodega y sus vinos, nada mejor que tener de anfitrión a Francisco Hurtado de Amézaga, quinta generación de la familia de los Herederos del Marqués de Riscal, que rebosa pasión por lo que hace y que, como pudimos constatar, se vuelca con las personas que aman el vino. De hecho, desde las 11:00 horas de la mañana que llegamos a la Bodega hasta casi las 19:00 en que terminaba la sobremesa en la biblioteca del Hotel, nos acompañó a visitar dos de sus viñedos: Viña Castejones y Viña Las Tapias, dirigió la espectacular cata y continuó compartiendo su pasión y conocimiento con nosotros durante el espléndido almuerzo sin dejar de responder ninguna de nuestras preguntas. Compartir todo ese tiempo con una leyenda viva de la elaboración del Vino de Rioja fue un privilegio para todo el grupo.
La experiencia comenzó con la visita a los dos viñedos mencionados con el añadido de hacerlo en plena vendimia en el primero de ellos, las 53 Has de Finca Castejones, comprada hace años a Domecq, pero reinjertada completamente para aumentar su calidad a costa del rendimiento, donde estuvimos catando in situ las uvas bajo las explicaciones de nuestro anfitrión. Allí se encontraba un grupo de los 180 vendimiadores que en estos momentos están dedicados a la labor de recogida. Francisco Hurtado de Amézaga dedica todos los días un buen rato al campo, como no podía ser de otra manera, especialmente en este año 2020 – complicado también para los vinos- y más aún con una superficie de viñas que supera las 600 Has de las que más de 450 producen bajo los parámetros de “cultivo ecológico”. Posteriormente, para comparar, visitamos un viñedo singular, Finca las Tapias, en las Terrazas del Ebro, al que todavía le faltaba unos días para ser vendimiado.
Tras la visita de campo y un breve paso por la zona de elaboración y envejecimiento, donde pudimos ver un mapa que nos mostraba, con nombres y apellidos que en esta bodega, hablar de viñedo viejo significa, como mínimo, remontarse a antes de 1970, pasamos a la sala de cata. En la primera serie degustamos un Txakolí de Getaria Marqués de Riscal 2019, 100% Hondarrabi Zuri, de unos viñedos a casi 300 metros de altitud en el valle de Oñati; un Barón de Chirel Blanco 2019 Verdejo de viñas viejas de Segovia, con una producción de no más de 6 mil botellas y un amplio espectro de maridaje, culminando esta primera parte con un Marqués de Riscal Viñas Viejas 2019, un rosado de Garnachas viejas (75%) y Tinta de Toro (25%) -de unas viñas de alrededor de 200 años situadas en Valladolid muy cerca ya de Zamora- afinado con lías finas de Sauvignon Blanc del 2019 que supusieron una sorpresa muy agradable y un buen calentamiento.
La cata en sí consistía en 6 tintos Marqués de Riscal (añadas de 1996, 1995, 1994, 1964, 1958) -se añadió un 2016, añada en curso, a efectos de comprobar la evolución- y 5 de Barón de Chirel (1994, 1995, 1996, 2001 y 2015). Entrar en un análisis profundo de estos vinos no es el objetivo de esta nota. Si tuviera que resumir en una sola palabra diría “insuperable”, ya que quedó absolutamente claro el potencial de envejecimiento de todos ellos, donde cada uno contaba una historia diferente. Los años 90 no comenzaron con buen pie, pero las cosechas del 94, 95 y 96 fueron las mejores de dicha década y se notaba perfectamente en la cata. Rotundos, expresivos y muy elegantes. Incluso el de 1964 – con la vitola de ser la mejor cosecha del siglo XX- o en el 1958 se marcaba claramente la personalidad de los vinos. Me quedaría con todos y, de hecho, había opiniones diversas en el grupo -todos coincidiendo en la muy alta nota general- sobre cuál sería el pódium. Pero en mi caso, si tuviera que hacer un ranking, me quedaría con el MR del 64 para saborearlo con tiempo, sin maridaje y buena compañía, con el Barón de Chirel del 96 -con un porcentaje significativo de Cabernet Sauvignon- para sorprender a los amigos y con el BC del 2001 -la cosecha de la seda- para acompañar una buena comida. El enólogo Txema García destacó “la sublime elegancia del 1964 y la voluptuosidad de ambos 1995, Marqués de Riscal y Barón de Chirel”. La mayor parte de las botellas fueron degolladas debido a su antigüedad, mientras nuestro anfitrión nos contaba los detalles y las anécdotas que marcaron las cosechas.
De la sala de cata pasamos a la comida en el restaurante. El edificio diseñado por Frank Gehry que lo acoge junto al hotel es colindante con aquellas construcciones que en 1858 fueron pioneras en Rioja y es una muestra más de que modernidad y tradición pueden y deben ir de la mano. Un “must” del enoturismo de Rioja.
Con menú de 140 Euros (IVA incluido), elegido de antemano, donde es de agradecer la flexibilidad que tuvo el equipo para realizar alguna modificación solicitada por nuestro grupo, disfrutamos de una magnífica comida. Comenzamos con una bienvenida de ocho entrantes que, en sus palabras “es un recorrido por la tradición del tapeo en la Región”, “un homenaje a la cocina de nuestra madre”. Los platos estaban todos en su punto, si bien destacaría -para gustos están los colores- la delicadeza de la fritura de las hojas de borraja para mojar en salsa riojana y la textura perfecta de las croquetas. Continuamos con el menú en sí de siete platos y tres postres. Para comenzar, increíble la textura de los espárragos verdes con caviar imperial y mahonesa de setas, la cocción de la cigala asada acompañada de una finísima ¡oreja adobada! y el sabor del pichón asado con uvas al vino tinto, cereales y su canelón, sin que los demás platos desmerecieran en absoluto. Llegados a los postres, a destacar el sorprendente helado de mantecado envuelto en ¡cortezas de cerdo! Para finalizar, ya en la biblioteca y con las magníficas vistas que ofrece la terraza, los Petit Fours, esa “mirada al suelo del bosque”. Perfecta atención y explicaciones por parte del encantador jienense Manuel a lo que sumaría el privilegio de disfrutar de la conversación de Francisco Hurtado de Amézaga en nuestra mesa. Comida de las que sientan bien sin que el número de platos signifique un atracón. Cantidades perfectamente calculadas.
Un día inolvidable. Desconozco -y agradezco- las gestiones que el enólogo Txema García tuvo que realizar para materializar esta visita, pero si alguno de los que han llegado a leer esta crónica hasta el final tiene la oportunidad de participar en algo que se le aproxime, es decir, una cata vertical en una bodega de prestigio, que no lo dude. Si a ello puede sumar una experiencia en un restaurante de este nivel, la experiencia será redonda. En todo caso, Marqués de Riscal, su Bodega y Restaurante, son lugares que debe recorrer cualquier amante de la gastronomía. Mi agradecimiento a todo el equipo de la Bodega y Restaurante por el trato recibido.
Autor: Tomás González. Académico de Número.