Autor: Juan José Lapitz/Académico de Número.
Publicado en: Saber y Sabor de “El Diario Vasco” (26/12/2015)
Los expertos en marketing se esmeran a la hora de idear etiquetas llamativas que atraigan a los clientes a su paso delante de los lineales de las grandes superficies y marcas sugerentes y de fácil recuerdo para que no se olviden. Los vinos no escapan a esta corriente. Cuando se empezaron a comercializar embotellados, hace más de un siglo, se impusieron los títulos nobiliarios, ducados, marquesados, condados, señorios, y baronías figuraban en las etiquetas de los más preciados caldos. No hace falta que el titular de la bodega ostentara un título nobiliario. Si era preciso se compraban los derechos del mismo para utilizarlo, tal como ha ocurrido en tiempos más modernos. Por ejemplo, con los marquesados de Villamagna y de Irún que dan sendos vinos. Tinto y blanco, de categoría.
Más en nuestros tiempos se pusieron de moda los nombres latinos, quizá por sugerir una dorada patina de antigüedad a los líquidos que encierran, como Atrium, Gaudium, Milenium…. Siempre los ha habido castizos, como el clásico Tio Pepe, posiblemente el más conocido entre los vinos finos, el Sangre de Toro, un vino que parece llevar en sus entrañas el rojo vigor y potencia de la res brava o los tan publicitados últimamente como son toda la gama de Pata Negra que nos ilusionan con la loncha de aromático y sabroso jamón de bellota.
Cuentan que, en uno de los viajes que realizó la emperatriz María Eugenia de Paris a Biarritz, sintió imperiosa necesidad de aliviar su vejiga, y se detuvo al borde un viñedo bordalés y alguna se benefició del imperial riego. El propietario, quince décadas más tarde, sigue comercilizando su vino como «La pissotière de l´Imperatrice» (El urinario). Más romanticos fueron los viticultores del palatinado alemán, cuando bautizaron a unos de sus vinos blancos con el sugerente nombre «Liebfraumilch», que en traducción literal quiere decir «leche de mujer amada».
Pero la marca más original la tenemos en casa, en la Rioja alavesa. Es un tinto de uvas garnachas, se llama «El escondite del ardacho», elaborado por Tentenublo Wines en Lanciego. Lo probé recientemente en el Bideko de Amurrio. Su sumiller, Juan Cruz Guinea, me explicó que el ardacho es un lagarto que se cobija bajo las piedras del viñedo y tentenublo, el repique de campanas conjuro para evitar el pedrisco. Con una copa en la mano brindo con mis lectores: Urte berri on.