La Piña: reina de las frutas

22 enero, 2016

Fotografía: AVDG

Autor: Juan José Lapitz/Académico de Número.
Publicado en: Saber y Sabor de “El Diario Vasco” (1999)

Más de medio siglo ha bastado para que la piña, una fruta que muy pocos europeos conocían en su estado natural, hace cincuenta años, se haya convertido en un producto asequible, sabroso, digestivo, bien tolerado por el organismo, bajo en calorías, que hace las delicias de todos, sobre todo en invierno, engalanando las mesas navideñas. Su porte esbelto, rematado por un penacho de hojas, sirve como inmejorable centro de mesa, rodeado de otros frutos de la estación.

Natural de América, México y Brasil se disputan haber dado a luz las primeras plantas silvestres que luego fueron bautizadas por los científicos como “Ananas sativus”. La primera denominación viene de la palabra indígena “ana”, que quiere decir perfume. Los portugueses, al igual que los euskaldunes cuando queremos recalcar un término, repitieron la voz empleada por los indios tupíes y de ahí salió la denominación de anana, con la que se le conoce en medio mundo, Euskadi incluido. En el otro medio le llaman piña, ya que los conquistadores españoles cuando la descubrieron en la zona caribeña, la encontraron muy parecida a los frutos del pino.

Su introducción en Europa tardó bastante, sobre todo por que dentro de su aparente fortaleza, con su piel un tanto leñosa y escudada, se trata de un fruto bastante perecedero. Se cuenta que una reina, de nombre Isabel, fue una de las primeras personas que comió piña en el Viejo Continente, debía estar en tal estado de sobremadurez que tuvo una descomposición que le duró una semana. Luis XIV de Francia fue un gran consumidor, en cambio Carlos V hizo un propaganda negativa y no llegó a probarlas, en la creencia que eran venenosas.

La planta que la produce tiene una altura de apenas un metro y esta compuesta de una roseta de hojas largas, puntiagudas y con los bordes espinosos, de su centro sale la flor (en realidad de la unión de mas de un centenar de flores) que mas tarde se convertirá en un fruto que puede alcanzar, según las variedades, los 4 kilos, aun cuando las mas dulces y jugosas son las que rondan el kilo de peso.

Para seleccionar un buen ejemplar hay que tener atención a que pese al tenerla en la mano, debe exhalar un aroma fragante, no debe tener un color oscuro, ni manchas en la piel, y el penacho de hojas debe estar lustroso. Un signo de madurez es que estas hojas se separen con facilidad del fruto. Es preferible adquirirla un poco verde y dejarla que madure al aire libre, nunca en frigorífico.

Al servirla es preferible cortarla en gajos que en rodajas, así seremos equitativos con todos los comensales, ya que la parte de la base (allá donde se le ha dado el corte para separarla de la planta) es mucho mas dulce que la que está próxima al penacho.

Existen muchas variedades y procedencias. Nuestros vecinos franceses se hacen lenguas de las que se cultivan en Costa de Marfil. Yo encontré exquisitas las que vendían en el mercado de Río Janeiro, estrechas, altas y de carne pálida, que allí llaman abacaxi.