Han llegado las alcachofas de Tudela, una verdadera delicia, y aunque anteriormente en nuestros mercados podíamos encontrar otras procedentes del Mediterráneo principalmente, no tienen nada que ver las unas con las otras, por tradición, estamos acostumbrados a comer las alcachofas en primavera, pero su mejor momento culinario empieza con el invierno. No olvidemos el adagio popular “las heladas de enero y los chaparrones de febrero, y del marcero traen tiempo alcachofero”.
El poder combinar en estos meses de frío en el mismo plato cardos y alcachofas pertenecientes al mismo género botánico es una delicia gastronómica. Sus gustos se complementan perfectamente, conservando intactos la personalidad de cada uno.
Esta hortaliza, lo mismo que el cardo, crecía silvestre en abundancia en las riberas del río Nilo, y los egipcios fueron transformándola lentamente hasta convertirla en nuestra alcachofa actual. Fueron también los árabes lo que la trajeron a España, cultivándolas en la ribera de Navarra, siendo las más famosas y populares por su exquisitez, las de Tudela.
Se pueden preparan en infinidad de formas, fritas, sin más, acompañando a un asado, a un cordero o cualquier tipo de carne. Son excelentes asadas al horno o simplemente hervidas: también se preparan rebozadas para menestras, aunque con el rebozo se pierde parte de su excelso sabor. También se pueden rellenar con almejas, un plato que popularizó el restaurante Ikea de Vitoria y son extraordinarias rellenas con las primeras habas.
Pero cuando más de moda estuvieron las alcachofas, fue durante el siglo XVI, debido principalmente a sus propiedades afrodisíacas. Fue Catalina de Médicis quien las popularizó en la corte francesa con un plato conocido con el nombre de Beatilles, compuesto por alcachofas, mollejas de ternero, riñones y crestas de gallo y que, según cuenta la historia, tal plano predisponía a los placeres sexuales. Las señoras de la corte, sobre las más jovencitas, no cesaban de chismorrear entre ellas sobre las milagrosas propiedades de esto elixires del amor, mientras las más estrictas, no dejaban de señalar con el dedo a las más “pecadoras”.
A pesar de los dicho, no cabe duda de que la pequeña historia de los efectos libidinosos, del poder afrodisíaco o del aumento de la potencia sexual de ciertas preparaciones culinarias, es fruto de la imaginación pero qué bonito es recordar, y darle libertad a la imaginación.
Autor: Fernando González de Heredia, “Tote”/ Académico de Número.
Publicado en la Revista “Apuntes de GASTRONOMÍAS”, Marzo 1999.